Destacado: Aventura de Grenoble (2012)

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Annus Novus

Año 2008 del Señor, era de 2046 años, 31 de diciembre, pridie kalendas januarias, miércoles, cuarta feria, festividad de San Silvestre.
No dejaré de recordar este año, para refrescar la memoria de mis lectores, las raíces hispánicas de la fecha de Año Nuevo. En los primeros tiempos de la República Romana, el año comenzaba en marzo, lo que hace coherente los nombres de septiembre, octubre, noviembre y diciembre con la posición de estos meses en el año. Durante la dura guerra contra Numancia, para poder ganar dos meses y pillar a los celtíberos con las defensas sin terminar, dimitieron los cónsules romanos y se celebraron elecciones anticipadas. El nuevo gobierno tomó posesión el 1 de enero y mandó las legiones a Hispania. El carácter sagrado de la anualidad de los mandatos republicanos obligó a que, desde entonces, a que a efectos políticos, civiles, comerciales y fiscales el Año Nuevo fuese el 1 de enero. A efectos religiosos seguía siendo en marzo, de donde proviene la tradición de las marzas, y no sería ajustado al 1 de enero hasta la reforma de Julio César.
Hemos sido los españoles quienes, a lo largo de toda la historia, hemos conservado el Año Nuevo en el 1 de enero. La Iglesia, a sabiendas de que era una fiesta pagana, fue muy reacia a celebrar es Año Nuevo en esa fecha, utilizando el 25 de marzo, festividad de la Encarnación del Señor, en su lugar. Los británicos, que lo único bueno que tienen es el té de las cinco, utilizaron este año hasta 1752, cuando implantaron el calendario gregoriano. Como no se podía esperar otra cosa de un país donde se conduce por la izquierda, el año fiscal continuó teniendo 365 días, descontando bisiestos, por lo que sus ejercicios fiscales no corresponden a los años naturales, como en los países civilizados, sino que cambian en abril, que es cuando caería la Encarnación según el calendario juliano.
Haciendo un repaso personal de este año 2008, ha sido un año invernal. Comenzó en invierno, como todos los años del calendario gregoriano en el hemisferio boreal, que duró hasta es equinoccio de marzo. El 8 de julio volví a encontrar el invierno en Lima, invierno austral que duraría hasta el equinoccio de septiembre. Y ahora cerramos el año nuevamente bajo invierno boreal. Empecé el año viajando a Francia y lo acabo viajando a Francia. Por reyes fui a Orsay, en la conurbación de París, y ahora por navidades vengo de Limoges. ¿Es que sólo voy a conocer Francia en invierno y con decoración navideña?

lunes, 29 de diciembre de 2008

El BOE se actualiza ¿y los MR?

Tanto el Boletín Oficial del Estado como los Mathematical Reviews se editan tanto en papel como electrónicamente. Ambos son una colección de piezas breves sin relación unas con otras. El orden de ambas publicaciones es cronológico desfasado: dos órdenes ministeriales del mismo día pueden salir publicadas en BOE con varios días de diferencia y dos artículos del mismo mes pueden salir reseñados en meses distintos. El contenido de ambas publicaciones es tremendamente útil, pero la publicación en sí no es sino una masa de papel tan grande que resulta totalmente inútil sin un buen índice.
Desde hace años, ambas publicaciones son accesibles desde internet. Este medio ha ido ganando al papel por la comodidad, rapidez y potencia de sus búsquedas. Respecto al BOE sólo puedo hablar por mí, que sólo he utilizado la versión electrónica, pero respecto a los MR puedo decir que todos, desde nosotros hasta los más mayores, utilizamos exclusivamente su versión electrónica: el MathSciNet.
Me resulta sorprendente que los MR sigan publicándose en papel. Me resulta más sorprendente que el BOE tome la delantera a los MR a la hora de prescindir de la imprenta, ya obsoleta como medio de difusión.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Estación “Rosa de Lima”

Después de esta visita relámpago, llegué a la estación “Rosa de Lima” de Burgos y la vi a la luz del día. Si todo hubiera funciona como está programado, podía haber cogido el (único) autobús que sale de la estación nueva y bajar hasta la Plaza de los Delfines (nombre “altamente patriótico” con el que los “endémicamente fascistas” habitantes de Burgos llaman a la oficialmente Plaza de España) para salir corriendo hasta la Estación de Autobuses a coger el Coche de Línea. Como estas cosas no funcionan en España, quedé en que me fueran y buscar. Aprovechamos, obviamente, para comprar, para maldecir la nueva estación y cagarme en el alcalde de Burgos.
También me cagué en la ministra que bautizó la estación. Deberíamos haber hecho como los ovetenses, que se negaron a aceptar el nombre de Clara Campoamor para la estación de Llamaquique. Argumentaron, en buena lógica, que nuestra tradición denomina a las estaciones, puertos y aeropuertos con el nombre de la ciudad a la que sirven más el del distrito donde se hallan. Darles nombres de personas a las que se quiere rememorar es una tradición más americana (a ambos lados del istmo) tardíamente europea. Añado yo que, para una vez que la tradición y la sencillez apuntan en la misma dirección, no cabe duda de cuál debemos seguir. Así pues, deberíamos hablar de la estación de Burgos-Villímar. Por cierto, la ministra pudo satisfacer su capricho bautizando como Clara Campoamor a un barco de Salvamento Marítimo.
Burgos está cada vez más lejos del pueblo. Primero, la estación está en Villímar. Segundo, se cayó el puente de Costana y ahora hay que tomar toda la circunvalación de Salas. Tercero, la variante de los Vados nos aleja más aún Burgos.

Visita relámpago a Pucela

Ya había cumplido el viaje a Limoges para trabajar con Jacques Arthur, pero aún quedaba lo más importante: volver a Valladolid antes del martes a tramitar las facturas y poder cobrar. Lo que no se tramitaba y justificaba antes del martes 23, se perdía.
Resulta que un vecino mío del pueblo que vive en Valladolid marcha los lunes por la mañana, luego aproveché y me fui con él. Salimos a las 9:30, pero tuvimos que dejar a un pasajero en Burgos, lo que nos hizo que el viaje total durara 3h. Para lo que tenía que hacer, me sobraba. Tramité las facturas, hablé con Jorge y con Lorena y marché a comer. Como el comedor de la Casa del Estudiante estaba cerrado, fui al chino que hay cerca de la resi.
Después de comer, marché al tren. Volvía en el tren de las 4, al que ahora han adelantado unos minutos. Supongo que la causa de ese adelanto es un Alvia que va a Gijón. De hecho, entraron a la vez en la estación, uno por ancho ibérico y el otro por ancho internacional. Salió antes el regional, y creo que la idea del adelanto es que el Alvia no tenga necesidad de adelantarlo en su trayecto común hasta Palencia. Al Alvia le quedaba todavía llegar a paso de tortuga al intercambiador de ancho. ¿Y cuando llegue tarde el regional exprés? Supongo que entonces le harán esperar más hasta que pase el Alvia delante.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Huelgas estudiantiles

Todas las mañanas veía huelgas de estudiantes. Subían por el Boulevard Victor Hugo y se concentraban en la Place d'Aine. Le pregunté a Jacques Arthur de qué nivel eran y qué pedían. Él me respondió que eran universitarios descontentos con el rector. El viernes pude leer la palabra lycéens en una pancarta, con lo que quedó claro que eran del secundaria. Jacques Arthur me explicó que ya se había informado y protestaban contra ciertas reformas recientes del gobierno, pero en general porque el gobierno es de derechas y los estudiantes de izquierdas.

sábado, 20 de diciembre de 2008

¿Es ésta la ciudad donde nací?

Como ya sabía del viaje de ida, el Alvia tiene un enchufe debajo de cada asiento. ¡Un enchufe bajo cada asiento en turista, mientras que los gabachos tienen uno para todo el vagón en primera! Se podrá argumentar que el Alvia es un tren de gama alta, ¡pero es que estos regionales tendían un precio por kilómetro de casi el doble que el Alvia! Enchufé el portátil y me entretuve leyendo blogs hasta que pusieron la película. Si sé el hambre que me iba a tener, me había ido a la cafetería del Alvia antes de que empezara la peli. En total tardé menos que en la ida, pues las paradas fueron más razonables.
Llegué, esta vez sí, a la nueva estación “Rosa de Lima” de Burgos. La puedo describir con dos palabras: una mierda. Ya puestos a hacer una nueva estación, podían haberla hecho bien, no para que se quede raquítica tras la primera reforma. Podían haberle puesto unos andenes anchos, como los que hay en Francia, no de esos que resultan impracticables a la altura de las bocas de acceso. Al menos, sólo faltaba que no lo hubieran hecho así, todos los accesos tienen tanto escaleras mecánicas, como convencionales, como ascensores. Bueno, en lugar de escaleras mecánicas, uno tiene una rampa mecánica de esas para poder subir los carritos de los centros comerciales, pero con una velocidad de la mitad. El vestíbulo, al menos, es grande y diáfano, para que no se quede en nada cuando le empiecen a quitar espacio para quioscos y pongan un tenderete informativo sobre la llegada de Alta Velocidad, como hay en Valladolid.
El vestíbulo da a la altura de la calle, que es un piso por debajo de las vías, aunque lo de “la calle” es un decir. No es calle, ni carretera, sino un caminucho de obra que llega hasta la Ronda Interior Norte, pero sólo al carril más cercano. Si quieres tomar el otro carril, tienes que dar la vuelta en la siguiente rotonda. Como circunvalamos Burgos por el Este, no vi nada que pudiera reconocer. ¿Es ésta la ciudad donde nací? No, no es Burgos, ni siquiera en Gamonal de Riopico, es Villímar.

Ya es casi España

Mi tren hasta Hendaya era un TGV, pero yo no le vi nada de lujo ni mejores prestaciones que al regional. Para empezar, no tenía reserva de plaza, habiéndolo comprado con 6 días de antelación. No había sitio para dejar los equipajes. Ocupaban medio vagón un grupo de críos con unos monitores de la SNCF con gorras verdes. Menos mal que el tren estaba lleno de españoles. Supe que aquél al que le fui a preguntar si me dejaba ocupar el asiento de ventanilla era español porque vi la portada del libro que se estaba leyendo: una de estas novelas gordas rusas, no recuerdo si Guerra y Paz o Crimen y Castigo. Allí me acabé de comer el bocadillo.
Aunque mi billete era hasta Hendaya, como el tren iba hasta Irún, seguí hasta Irún. Así me evitaba tener que tomar el EuskoTren, que no te deja en la misma estación de Irún. Parece ser que lo trenes salen de su país (los Alvia de España y los TGV de Francia) pero llegan al país contrario. En lugar de tener las vías mezcladas como en Hendaya, la estación de Irún tiene dos playas de vías separadas por la terminal de viajeros. Por cierto, no sé qué tiene el corrector del Word contra Irún, pero lo cambia a placer por Irán o por Atún.
Al llegar a la estación internacional guipuzcoana, como el TGV llevaba retraso, estaba esperando un Alvia con destino Barcelona. El nuestro, el Alvia con destino Madrid, saldría a las 4:20. Pude aprovechar, por fin, para llamar por teléfono. Por cierto, comprobé que cafetería en vasco es kafetegia. ¿Préstamo del francés?

Todavía queda seguir sufriendo a los gabachos

Aunque tenía el tren a las 10:21, para poder absorber cualquier contratiempo, me puse el despertador como los demás días. Al final tampoco me sobró mucho, pero quería disponer de tiempo de sobra para que me hiciera una factura con todos los requisitos administrativos para poderla reembolsar.
Según Google Maps, hasta la estación de los Benedictinos se tarda un cuarto de hora. El último tramo es subida. Las vías pasan al nivel normal, pero la estación está elevado sobre las vías y rodeada por parques que disimulan la ascensión. Como se puede ver aquí, consta de una cúpula redonda que cubre un vestíbulo distribuidor que permite bajar a los andenes. En una esquina se alza una torre que es de las que sirven de referencia como final de varias avenidas de la ciudad.
Validé el billete y me metí al tren. Como los trenes regionales franceses no tienen dos vagones iguales, me metí en el que mejor me pareció. Como llegué pronto, pillé el único asiento con enchufe y saqué el portátil. Como tenía la batería cargada, se lo cedí a una chica. Pasó la revisora y no me sabía explicar, pero entendí que estaba en primera.
Me tuve que levantar para cambiarme de vagón, pero no sin antes tener que esperar a que saliera ella, que estaba muy gorda y lo ocupaba todo. Al salir pude ver un cuadradito de 5cm de lado donde decía que era primera. No encontré diferencia con segunda, salvo ese único enchufe para todo el vagón. Estos gabachos son tan clasistas que son capaces de pagar más no para viajar con mayor comodidad, sino para no viajar con la plebe.
Aunque no había conexión, el viaje me lo pasé leyendo las entradas largas (previamente descargadas) de los blogs. La batería se me acabó antes de llegar a Burdeos, fin de trayecto. En la estación de Thiviers, donde estuvimos parados un rato, nos encontramos una charanga tocando Bella Ciao. Al llegar a Burdeos cerca de la 1, ya tenía hambre, así que fui directo a comprar un bocadillo y le di unos bocados antes de que viniera el otro tren a la 1:15.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Incidente inoportuno

Era aún más tarde, y yo tenía hambre. Me había salido mejor haber bajado a cenar y vuelto a la facultad. Tuve que cenar en el otro kebab kurdo, para no repetir, pero no fue tan fácil.
Cuando llegué a la habitación, al encender la luz, se fundió. No sólo se fundió una bombilla, sino que se saltaron los plomos. Después de explicarme a las de recepción, como no sabían dónde estaba el interruptor, me propusieron cambiarme de habitación a la de enfrente. Lo hice rápidamente, porque no tenía muy desecho el equipaje. Pude localizar todos los bultos, incluso a oscuras los del baño, de manera que, cuando me llevaron una vela, pude ver que no me quedaba nada por recoger.
Entre las explicaciones que di, la mudanza, y las explicaciones que me dieron ellas, casi salgo a cenar a media noche. Resulta que me tenían que dar un código para entrar después de la medianoche. Además, estaban cambian el suelo de la sala del desayuno, por lo que la mañana siguiente debíamos pedir el desayuno en servicio de habitaciones.
Cuando volví con mi kebab para podérmelo comer tranquilamente leyendo los plurkeos de Rodericus, resulta que la puerta estaba cerrada. No era medianoche, por lo que me sorprendió, pero me puse a hacer malabarismos para sacar el código. Menos mal que salieron a abrir las de recepción.
¡Al fin pude descansar!

La despedida

¡Vaya última tarde que tuve en Limoges! Me dio tiempo a hacerme ideas y a deshacerme de ellas. Jacques Arthur tuvo que hacer todo lo que tuvo que dejar de lado a causa de sus alumnos. A los españoles nos dejó para los últimos. Cuando acabó con Ahinoa, cuya abuela es de Aldea del Pinar, ésta se marchó derecha a cenar, hacer la maleta y tomar el trenhotel Paris-Barcelona. No le faltaba tiempo, pero tampoco le sobraba. Mientras recogía me comentó las condiciones de su beca, que está dotada por el gobierno regional. Cobra el salario mínimo, pero cobra más que nosotros, y cobra la docencia aparte.
Todavía tuve que esperar a que Jacques Arthur comparara el billete a París de todos los lunes. Como la página de la SNFC es una mierda, siendo Jacques Arthur informático antes que matemático, prefierió la venta telefónica. Después me atendió a mí, y me dio sólo un cuarto de hora. Cuando se cumplió, le llamó un italiano al que tenía que ir a recoger a la estación. Me dejó más lejos del hotel que de costumbre y nos fuimos cada uno por su lado.

El seminario lemovicense

Los viernes hay seminario a última hora de la mañana en Matemáticas. Allí se junta todo el mundo y después van a comer. Como a comer no van juntos, y nadie me invitó a comer con él, tomé un autobús y bajé a la ciudad. Tuve una suerte terrible, porque estaba justo en la parada. Bajé y comí en un restaurante pequeñito donde, casualmente, la dependienta hablaba español. No supo traducirme el postre, que era un pastel típico de navidad. Creo que en España no lo hay, que dulces navideños no nos faltan. Parece ser que es de tradición nórdica, por lo que me resultó sorprendente encontrarlo tan al sur. A la vuelta tuve tanta suerte con el autobús como para la venida.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Horarios franceses

Yo esperaba que en Francia los horarios fueran muy tempranos, pero con Jacques Arthur me encontré lo contrario. Visto lo que me ocurrió los días anteriores, y sabiendo que la mañana del jueves tenía examen, decidí no ir a la facultad. Visto lo tarde que volvía al hotel y lo pronto que se desayuna allí, decidí dejar la ducha para después del desayuno. A poco que me entretuve, se me hizo la hora (francesa) de comer. Volví a esa plaza a la luz del día, y encontré muchas ofertas de menú del día.
Después de comer, y sólo entonces, marché a la facultad. Ese día Sergei Abramov iba a dar un convite despedida. Había bastante comida y bebida como para, por muy tarde que acabara con Jacques Arthur, no se me quejaran las tripas. Ofreció tres tipos de vinos: uno rojo de Borgoña, uno blanco de Burdeos y uno de Champaña. El blanco estaba muy bueno. Barkatou dijo unas palabras en inglés, cosa rara en él, y dijo que ya Abramov estaba bien integrado en la cultura francesa, porque los dos convites anteriores los dio con vodka.
Después del convite, alguien que no quiso dar la cara lavó los vasos en el baño de señoras. EL viernes me interrogarían por si fui yo, pero hubo un malentendido. Cuando dijeron glasses con unas gafas en la mano entendí gafas en lugar de vasos.
Me dio tiempo a revisar un montón de cosas antes de hablar con Jacques Arthur. Charlamos a unas horas intempestivas, pero fue la charla más esclarecedora de todas. Al final me tuvo que llevar al hotel. A esas horas ya habían cerrado hasta los chinos, sólo estaban abiertos los kebab kurdos. Como ya se me había bajado totalmente la merienda de Abramov y tenía ganas de cenar algo, me pillé un kebab en uno de los dos que hay en esa plaza. A la vuelta em encontré con un montón de estudiantes que salían de fiesta.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Los alumnos de Jacques Arthur

Durante todo el martes estuvieron viniendo alumnos de Jacques Arthur porque exponían el miércoles y se examinaban el jueves. El miércoles, de hecho, Jacques Arthur no apareció hasta una hora tan tardía que yo ya me estaba marchando para poder tomar le último autobús y cenar en un sitio razonable.
Después de esperar un buen rato al autobús, desistí y bajé andando. Había una niebla espesa y mucho frío. Al final, cuando llegué, ya era tarde, pero no demasiado. Decidí explorar un poco los alrededores en otra dirección. Encontré una plaza llena de restaurantes tanto ella como las bocacalles. El problema es que a esas horas ya estaban cerrando, salvo los chinos. Así pues, cené otra vez en un chino, y pude comprobar cómo me pude comunicar exitosamente en francés con una china.
Probé si, por casualidad, funcionaba mi difunto teléfono y —¡aleluya!— funcionó. Parece ser que se secó y ya funciona.

Convite de Primitivo

El miércoles había quedado con Primitivo, que me invitaba a comer en su casa para que conociera a su mujer y a sus hijos. Fui a la facultad casi exclusivamente para quedar con él, pero salimos muy tarde. A esa hora, como todo el mundo está comiendo, es la hora más tranquila para trabajar. Como no fuimos directos a su casa, sino que pasamos antes por la gasolinera y por el Champion, ya tenía bastante hambre cuando llegué. Como ya me acostumbré en verano a la comida sudamericana, no me sorprendió la paletada de arroz inmensa que cubría el plato. De primero puso alubias pintas, con lo que me esperaba otro día de gases. Según su consejo, eché el arroz a las alubias, que esto queda bien. Esta es la costumbre brasileña, a diferencia de la costumbre española de echar arroz mientras se cuece, una manera perfecta de echar a perder tanto las alubias como el arroz.
Sirvió desde el principio los dos platos: las alubias y el filete ruso con una paletada de arroz. Aquí sin embargo, si comen las alubias con cuchara. Cuando estaba acabándome las alubias me preguntaron mosqueados que si era vegetariano, porque no había probado el filete. No les entraba en la cabeza eso de dos platos. Los gabachos son muy jerárquicos en esto, como en todo, y hay un solo plato principal, siendo lo demás entrantes o postres. Así pues, acabé las alubias con su arroz y pasé al filete acompañándolo, en el hueco que dejó la paletada de arroz, con ensalada.
Su mujer me resultó muy maja, y su crió el pequeño tan hiperactivo que hacía a su hermana pasar desapercibida. Si se me hace raro que estos jóvenes como Joris o Jacques Arthur estén casados, más que lo esté un estudiante de doctorado. Bueno, en términos sudamericanos no es tan raro, como Carlos el paraguayo en el IMPA.

martes, 16 de diciembre de 2008

Martes en la Facultad

Cuenta Cide Hamete Berengeli, autor de esta verdadera historia, que el martes Alberto y Jacques Arthur iban a trabajar a última hora de la mañana, que para los franceses es de 11 a 12, o bien después de las 6:30. Se presentó, como buen español, pasadas las 11, pero con un restraso imputable a las STCL, ya que tuvo que esperar más del doble de la frecuencia de paso del autobús. Tampoco le habría servido de nada llegar antes, pues no por mucho madrugarv amanece más temprano. Como Jacques Arthur no había llegado antes del mediodía, fue a comer solo. A esa hora había una masificación terrible, pero desprecible en comparación con la cola que se formó a sus espaldas. Varios metros más atrás de esta cola estaba Primitivo, con el que compartió mesa. Como todo estaba tan lleno como escasamente señalizado, se metió en el comedor de profesores. En el IMPA son muy clasistas, ¡pero allí comen todos juntos: maestría, doctorado, investigadores, visitantes y gente de los congresos, sean de congresos del IMPA o de jardines botánicos!
La comida que eligieron fue fabada, con su compango, pero no había cucharas para comerla. ¡Al menos los brasileños la espesan con arroz o farofa! Así pues, tomaron dos cucharillas de postre: para la fabada y para el postre. Como Jacques Arthur estaba saturado de ocupaciones, no atendió a Primitivo a las 4 ni a Alberto a la 6:30. Al final, le atendió a las 8, saliendo cerca de las 10. Como ya se había pasado el último autobús, Jacques Arthur tuvo la gentileza de acercar a Alberto hasta su hotel. Sabiendo o tarde que era, para la vida francesa, y que no tenbía excesiva hambre, fue a una tienda de bocadillos que vio en la calle de la noche anterior y se lo llevó para come en la habitación.
Aunque había llevado el ordenador a la facultad y Jacques Arthur le había dicho que se podía conectar por DHCP en una clavija que él tenía para tales menesteres, no lo consiguió ni bajo Windows XP ni bajo Ubuntu Hardy. Lo que sí que consiguió fue hacerse té en la sala de café de Matemáticas. Allí le café cuesta 35c. pero el té es gratis. Jacques Arthur lleva su propia taza, pero también los vasos del agua aguantan hervir en el microondas.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Más desgracias y consuelos

¿Por qué se me pasaría por la cabeza seguir la línea hasta la estación de los Benedictinos si la línea 8 no pasa por allí? Bueno, una variante pasa cerca, pero la variante que tomé yo no. Así pues, me tuve que bajar en la última parada sin saber dónde estaba, pues estaba fuera de mi plano, sin nadie a quién preguntar, pues a esas horas Francia está muerta, ni autobuses en sentido contrario, pues ya había salido el último. Un poco intuitivamente, y con la información del plano esquemático de las líneas de autobuses, seguí por una calle que parecía llegar a zona más urbana. Llegué a enfilar una avenida que tenía bien iluminada al fondo la torres gótica de la iglesia, lo que me confirmaba que iba bien y sin rodeos. Parecía que subía, pero lo hacíamos para pasar las vías del tren.
Cuando llegué a las ciudad vieja, me puse a buscar un restaurante donde cenar. Sólo encontré una calle donde los hubiera, y pocos abiertos. Entré en un chino, donde suponía que tendría menos problemas de idioma, y así fue. Era una chino de bufet libre, con lo que no necesité comunicarme para poder comer lo que quise. Es lo que me gustaba de los restarantes a quilo brasileños, que son WYSIWYG, como diría van der Hoeven.
A la vuelta a la habitación, puede comprobar cómo el teléfono se había mojado más de los que yo creía. Requiescat in pace, sit Nokiae terra levis. Para utilizar como despertador, conseguí configurar una alarma de una agenda del ordenador, subiendo mucho el volumen y dejándolo cerca de la cama.

Desgracias y consuelos

Después de comer me bajé a la ciudad para conocerla un poco y, de paso, hacerme con un plano en la Oficina de Turismo y un abono de transportes en las oficinas de la STCL. Con ayuda de Google Maps, me tracé un itinerario redodondo para pasar primero por las oficinas de bus y después por Turismo. No encontré las oficinas de la STCL, así que continué y llegué a la de Turismo. Allí me atendieron en castellano y, no sólo me dieron un mapa igual al que olvidé en la resi, sino que también me vendieron el bono10/7 de transportes. Esto se llama matar dos pájaros de un tiro.
A la vuelta me aventuré a adentrarme un poco por el centro, confiado con mi mapa pero, no queriendo subir hasta la plaza Churchill, estrené mi bonobús en el Carrefour Tourny (que no es un supermercado, sino una rotonda) por donde pasa también la línea 8 en dirección al campus.
Poco después de bajar del autobús comprobé que la botella de agua que llevaba en la bolsa se había abierto y me estaba mojando todo. ¡Vaya día! Aparté todo del agua y lo puse a secar extendido en diferentes sitios en el puesto de la Biblioteca donde me senté. A las 4 fui a ver a Jacques Arthur y, sí, estaba. Estuve hablando con él tanto que se me quitaron todas la penas.
Salí poco después de las 8 para pillar el último bus. Parecía que, finalmente, Francia me sonreía.

Primera mañana en Limoges

Como esparaba que Jacques Arthur me atendiera bien pronto por la mañana, como es costumbre entre los gabachos, me puse el despertador a las 8 para desyunar, tomar el autobús y presentarme allí relativamente pronto, según los estándares franceses. En el desayuno te sirven una jarrita de café y otra de leche, que dan de sí para servirse varias tazas de desayuno. Subí a la Plaza Winston Churchill, que está a escasos metros del hotel, y esperé mi autobús, el 8. Como todas las líneas de autobús y trolebús de Limoges pasan por esa plaza, es una aututéntica estación de autobuses, con distintos andenes en une parte vedada a los coches. Me monté en el autobús pero me conseguí enterare de que no podía comprar el abono de 10 viajes a gastar en 7 días (el que me salía más a cuenta) sino sólo el sencillo. Así pues, pagué el sencillo y me bajé en la Facutad de Ciencias.
La Facutad de Ciencias de Limoges no es un edificio, sino una constelación de edificios: administración, biblioteca, cafetería, comedor, aulario y cada uno de los departamentos. Como yo yan em conocía el de Matemáticas del coloquio de marzo, y su estructura es sencilla, localicé rápidamente el despacho de Jacques Arthur, pero allí sólo había un ruso. Su compañero de despacho me dijo que Jacques Arthur estaba en París, que todos los lunes iba por la mañana a París, y que volvería sobre las 4 de la tarde. Maldiciendo por haber hecho un viaje en balde, que podría haber aprovechado para familiarizarme con la ciudad, fui a la biblioteca y al comedor universitario.
Como sé cómo se las gastan los gabachos, que van a comer a las 12 y cierran el comedor de Orsay a la 1:30, fui a las 11:50 y encontré que la cola no se había formado. Me estuvieron mareando como una perdiz, diciendo que si podía pagar en metálico, leyendo que no, diciéndome que bajara a comprar el tícket, no queriéndomelos vender abajo... menos mal que apareció una mujer que hablaba inglés habló con la cajera.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Llegada a Limoges

El tren llegó a su destino en Limoges-Bénédictins a las 10:50, una estación pésimamente señalizada. Tomé un paso subterráneo que no daba salida a la calle donde indicaba, sino acababa en un andamio. Tuve que regresar para tomar las escaletas hasta el cielo y, ahí sí, estaba la famosa cúpula de esta estación. Aquí puede echar en falta el haberme dejado el plano de Limoges en casa. Por suerte, la ciudad de Limoges tiene planos en la vallas publicitarias en lugares estratégicos, con lo que conseguí el mismo efecto que llevando mi propio plano pero sin tener que extenderlo y recogerlo. El inconveniente es que vas más tranquilo con tu propio plano, porque no andas pendiente de tener que encontrar otro, puedes sacar el tuyo.
Si llegas a un cruce en el que una calle no enlaza con la otra, tan perdido estás en un caso como en el otro. Aunque lleves tu propio plano, si vas mal de tiempo, vas a tener que recurrir a preguntar la gente. Por ejemplo, en Barcelona tuve que preguntar a unas putas que estaban desafiando la Ordenanza pero que, sin duda, se conocía muy bien la esquina. Por cierto, en la Rambla todo estab lleno de extranjeros y el único que me supo dar cuenta de la bocacalle que buscaba fue un viejo que bajó a echar la basura, y al que abordé precisamente por ser esto un claro indicativo de que era vecino del barrio.
Voy a tener que ir a la Oficina de Turismo a por un plano como el qiue me dejé en la resi. Lo único que no pude preveer fueron las cuestas. De los Benedictinos hasta Churchill es cuesta arriba. Si lo sé, igual me habría pillado un taxi.
Cuando llegué al hotel, cerca de la medianoche, ya debía creer el tío que no iba a venir nadie. resulta que a medianoche (para loq eu faltaba poco) cierran la recepción y uno tiene que utilizar el portero automático y marcar un código que cambian dos veces por semana. El hotel es, como muchos en Francia, un edificio de viviendas de principios del siglo XX reconvertido. No había ascensor, ni habría cabido, pero después de lo de la estación, ya era poco lo que tenía que cargar. La habitación parecía un salón reconvertido, con una chimenea cegada.

Burdeos y Aquitania

Como tenía más de hora y media de espera en Burdeos hasta tomar el tren de las 20:09 a Limoges, me dediqué a inspeccionarla un poco. Para resuardarme del frío, entré en la ala de espera. Me resultó curioso el silencio que había. Si hubiera habido luz, me habría parecido una biblioteca, pero así parecía un tanatorio. Como sólo anuncian la vía de cada tren con un cuarto de hora de antelación, me quedé allí esperado y merendando a la hora francesa de cenar, por si luego no podía en el tren.
Resulta que los trenes regionales en Francia son verdaderamente regionales en tanto en cuanto están financiados por los gobiernos regionales. Los trenes que tomé eran TER-Aquitaine, y y articulan radialmente Aquitania, cuya capital es Burdeos. Ya dentro del tren, el revisor me dijo, chapurreando inglés, que en Périgueux tenía que cambiar de tren, que el enlace estaba garantizado por la SNFC. Así fue, y pasamos a un tren mucho más pequeño que iba hasta Limoges y que pertenecía a la red TER-Limousine, con centro en Limoges, pero integrado en una sola línea de la SNCF.
Cada vagón de estros trenes era un mundo. Había un vagón de asientos agrupados de 4 en 4. Había otro vagón de asientos con mesa plegable para poner el ordenador. Había vestíbulos entre vagones con asientos abatibles y un toilette de tamaño decente. Este servicio tiene un tamaño para desenvolverse y una puerta automática, tipo servicio público recién estrenado de los que instalan algunas ciudades (como Barcelona, porque los de París dejan mucho que desearn, pero menos da una piedra) en la calle.
Cuando estaba pensando en cenarme la última ración de empanada del Mercadona, el de asiento de enfrente nos ofreció una chocolatina. La rechazamos, pero ya me dio corte ponerme a cenar. Si hubiera sabido gabacho, le habría dicho que yo ya llevaba mi propia cena. Cuando supe que trasbordábamos de tren, pensé en cenar en el otro, pero fui a coincidir (ya es casualidad) con el mismo tío al lado.
El tren hasta Périgueux era enorme y luminoso; en tren hasta Limoges tenía un ambiente más íntimo y nocturno. El tío este bajó en la única parada intermedia hasta Limoges. COmo ya no me podía entretener miranando las estaciones, porque quedaba una hora sin ninguna ya hasta Limoges, me cené lo que quedaba, para no esperar hasta llegar al hotel.

Hendaya y las Landas

Baje en territorio vasco-francés y ¡cómo jarreaba! Había un TGV esperando en el andén, pero no había pillado billete porque Renfe no me garantizaba que pudiera enlazar bien, ya que el margen era muy estrecho y aún no habían firmado un convenio con la SNCF al respecto. Me había dado tiempo a tomar el TGV, pero no a comprar los billetes en Hendaya. ¡Lástima!
Fui a taquilla para comprar los billetes de los regionales franceses, ya que tenía mucho margen. Pensaba que, al comprarlos en Hendaya, hablarían español. ¡Qué va! Al menos la megafonía y los algunos avisos estaban bilingües, ¡qué detalle! Más aún, más de la mitad de la sala de espera éramos españoles, o hispanohablantes, ya que un grupito eran hispanoamericanos.
La señora de la taquilla era una gabacha monolingüe y de mala leche, pero yo me llevaba escrito en francés lo que quería. Como tenía que pagar más de 100€ y yo no me aclaro para distinguir 80 de 4,20 en francés, pagué con tarjeta y listo. Revisé la estación de Hendaya para hacerme a ella, pues a la vuelta tengo menos margen y tomo el trene en Irún. Llovía como si si se hubiera reventado un dique. Estuve esperando un buen rato hasta que amainó, espacio que aproveché para salir a la estación de EurkoTren, más conocido como en Topo, a 50 metros.
Si la taquillera de Hendaya era una borde francesa monoligüe, el taquillero del taquillero del Topo era un paisano vasco muy campechano con todo su acento, que sólo le faltó decir aibalaostia. Seguramente ocurre esto porque ella era una empleada de la SNFC, empresa que opera en toda Francia, y él un empleado de EuskoTren, empresa que opera en las Vascongadas, que así es como se llaman conjuntamente esas tres provincias.
Los billetes de tren en Francia hay que picarlos antes de subir, como se hace en España con los abonos. ¿Para qué hacen eso, para que uno no pueda reclamar por retraso de un tren que no ha tomado ni cambio de un tren que ya ha utilizado? Me subí con antelación a mi regional TER, cuyos vagones recuerdan al Estrella. Salimon puntuales a las 4:05 e hice la mayor parte del recorrido solo en mi compartimento de 8. Hicimos un montón de paradas en la zona vasco-frencesa, pero donde hubo movimiento de viajeros fue en Bayona. Desde allí hasta Burdeos, fin de trayecto, no hubo muchas paradas pero sí más viajeros. Mi compartimento se llenó con otro viajero. Sí, se llenó, pero es que ambos teníamos un maleta en el pasillo, bolsa de mano, abrigo, etc.

Alvia con destino Hendaya

Ha sido la vez que con más anticipación he llegado a tomar un tren del que ya tenía billete. Parte de la anticipación era para evitar correr y sudar sin poder ducharme hasta llegar a Limoges cerca de la media noche. También quería imprimir el billete de ese Talgo con 60% de descuento que me he pillado para la vuelta de Reyes. Ya puestos, reestructurar el equipaje: me cabía todo en la maleta, pero prefería llevar una bolsa de mano para las cosas que fuera a necesitar durante el viaje, que iba mejor dentro de la maleta para los trayectos a pie.
Hice todo lo que quería y me puse a esperar a que llegara el Alvia a las 9:19 por vía 1, la del control de equipaje por rayos. Llegó el patito y tomé posesión de mi asiento, en cabeza del tren. Era un tren nuevecito, como que era su recorrido inaugural. Nótese que el domingo entraba en vigoir el nuevo horario ferroviario. Estuve muy atento a la entrada de Burgos porque esperaba llegar a la nueva estación Rosa de Lima, pero llegamos a la de siempre.
La meseta castellana presentaba un frío invernal de haber pasado una noche al sereno, pero al llegar a Pancorbo empezamos a ver nieve. Cuando acabó la nieve, ya en Guipúzcoa, se empezaron los paisajes verdes que no tienen qué envidiar de Asturias.
Para comer, como el Alvia llegaba a las 2 y había desayunado pronto, me pillé unas empanadas en el Mercadona y me comí la miktad en el tren. Cuando nos acercábamos a Irún empezó a llover y un operario se puso a pasear pegado a las ventanillas de cara a los sillones para darles la vuelta.

viaje a Limoges

Voy a narrar aquí, ya que tengo el blog abierto, la aventura limusina también.

Cena navideña salustiana

El doctor Crespo (descendiente de Salustio por línea directa de varón) organizó el sábado del Madrid-Barça una cena de Navidad para reunirnos los antiguos residentes. Aunque sabía que tenía que viajar, como era materalmente posible, me comprometí a ir a la cena salustiana, a sabiendas de que el sueño me iba pasar factura. Me lo pasé bien, pero pasó lo que siempre acab ocurriendo y es una de la cosas que más me desanima a salir de fiesta: que Morfeo te ire de una manga y los colegas de otra. Y en este caso, que me tenía que despedir de gente que no veo desde hace años, no podía hacer la de Cantautor, que desaparece sin que te des cuenta.
Al final, depués de contarle a todo el mundo que no es que pueda dormir o dejar de dormir en los diversos trenes, sino que no me puedo permitir quedarme dormido y perder el tren. Tenía que haberme marchado con Antonio, porque entre unas cosas y otras, al final no puede marcharme hasta las 2. Todavía tenía que acabar el equipaje. Sólo me olvidé de meter una cosa: el plano de Limoges. ¡Con lo cnfiado que estaba yo de poder contar con un plano de Limoges del coloquio que hubo el fin de semana cuando ZP fue reelegido! No sólo el plano, sino también una idea de la escala de la ciudad (bastante pequeña) también resulta muy útil.