El miércoles 9 por la mañana, como los huelguistas estaban convergiendo al centro, nosotros fuimos al distrito costero de Miraflores. Este barrio de Miraflores parece otra ciudad; es el barrio más noble de Lima. Dice Jorge que algunos turistas es el único barrio por el que se mueven y no conocen la verdadera Lima. Para conocer Lima hay que viajar en
combi.
Después de almorzar [aquí no dicen
comer sino
almorzar] cebiche y otros platos típicos, nos acercamos al mar. Lima está sobre un acantilado, de espaldas al mar. De hecho, su puerto es El Callao, que es otra provincia peruana, ahora unido por un continuo urbano. Hicimos un circuito cerrado desde el mirador de Larcomar, yendo por el malecón sobre el acantilado y volviendo por la
playa. Si se puede llamar
playa, pues bien merecía el nombre de
praia das areas gordas, como aquélla de los aquelarres. Tan gordas como que son verdaderos cantos rodados. Metimos los pies en el Pacífico y comprobamos cuán temerosos podían ser las piedras grises de la
playa cuando las arrastraban las olas sobre los deditos del pie.
Regresamos hasta Larcomar y tomamos un helado de alguna fruta rara. Tengo el propósito de aprenderme al menos 30 frutas. Por ahora me sé mango, papaya, maracuyá, lúcuma y durazno, aunque este último no es sino un antiguo nombre castellano [cfr. Libro de Buen Amor] para el melocotón. Era curioso como las terrazas de las cafeterías tenían mosquetones para poder amarrar los bolsos a la silla y evitar a los carteristas.
Para regresar, tomamos un desvío para pasar por la
huaca Pucllana, un templo precolombino. Al acercarnos parecía una montaña, pero al acercarnos, esa inmensa montaña de arcilla se perfilaba como una pirámide truncada de adobe. Era curioso como la gente que pedía dinero, cuando les despedías sin dar, te respondían "que Dios los bendiga".