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domingo, 14 de diciembre de 2008

Llegada a Limoges

El tren llegó a su destino en Limoges-Bénédictins a las 10:50, una estación pésimamente señalizada. Tomé un paso subterráneo que no daba salida a la calle donde indicaba, sino acababa en un andamio. Tuve que regresar para tomar las escaletas hasta el cielo y, ahí sí, estaba la famosa cúpula de esta estación. Aquí puede echar en falta el haberme dejado el plano de Limoges en casa. Por suerte, la ciudad de Limoges tiene planos en la vallas publicitarias en lugares estratégicos, con lo que conseguí el mismo efecto que llevando mi propio plano pero sin tener que extenderlo y recogerlo. El inconveniente es que vas más tranquilo con tu propio plano, porque no andas pendiente de tener que encontrar otro, puedes sacar el tuyo.
Si llegas a un cruce en el que una calle no enlaza con la otra, tan perdido estás en un caso como en el otro. Aunque lleves tu propio plano, si vas mal de tiempo, vas a tener que recurrir a preguntar la gente. Por ejemplo, en Barcelona tuve que preguntar a unas putas que estaban desafiando la Ordenanza pero que, sin duda, se conocía muy bien la esquina. Por cierto, en la Rambla todo estab lleno de extranjeros y el único que me supo dar cuenta de la bocacalle que buscaba fue un viejo que bajó a echar la basura, y al que abordé precisamente por ser esto un claro indicativo de que era vecino del barrio.
Voy a tener que ir a la Oficina de Turismo a por un plano como el qiue me dejé en la resi. Lo único que no pude preveer fueron las cuestas. De los Benedictinos hasta Churchill es cuesta arriba. Si lo sé, igual me habría pillado un taxi.
Cuando llegué al hotel, cerca de la medianoche, ya debía creer el tío que no iba a venir nadie. resulta que a medianoche (para loq eu faltaba poco) cierran la recepción y uno tiene que utilizar el portero automático y marcar un código que cambian dos veces por semana. El hotel es, como muchos en Francia, un edificio de viviendas de principios del siglo XX reconvertido. No había ascensor, ni habría cabido, pero después de lo de la estación, ya era poco lo que tenía que cargar. La habitación parecía un salón reconvertido, con una chimenea cegada.

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