Después de almorzar [aquí no dicen comer sino almorzar] cebiche y otros platos típicos, nos acercamos al mar. Lima está sobre un acantilado, de espaldas al mar. De hecho, su puerto es El Callao, que es otra provincia peruana, ahora unido por un continuo urbano. Hicimos un circuito cerrado desde el mirador de Larcomar, yendo por el malecón sobre el acantilado y volviendo por la playa. Si se puede llamar playa, pues bien merecía el nombre de praia das areas gordas, como aquélla de los aquelarres. Tan gordas como que son verdaderos cantos rodados. Metimos los pies en el Pacífico y comprobamos cuán temerosos podían ser las piedras grises de la playa cuando las arrastraban las olas sobre los deditos del pie.
Para regresar, tomamos un desvío para pasar por la huaca Pucllana, un templo precolombino. Al acercarnos parecía una montaña, pero al acercarnos, esa inmensa montaña de arcilla se perfilaba como una pirámide truncada de adobe. Era curioso como la gente que pedía dinero, cuando les despedías sin dar, te respondían "que Dios los bendiga".
2 comentarios:
si si, que dios te bendiga...
jajaja, contra los dedITOS del pie dice... o dedintxis, como gustes.
Qué guay, cuándo nos llevas por allí?
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