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lunes, 25 de agosto de 2008

Botafogo (3)

Este domingo, como al final hizo bueno, fui a Botafogo. Tomé como referencia la parada de la vez anterior, frente al Botafogo Praia Shopping. Llegué a la hora de almorzar, así que lo primero que hice fue entrar a un restaurante a quilo. Jorge se preguntaba por qué la gente, en los restaurantes a quilo, se servía paletadas inmensas de arroz, que es lo más barato, ya que todo te lo pesan junto. Allí te anuncian un precio oficial, pero sólo es válido para lo que ellos consideran una comida razonable: mitad plato de fondo, mitad acompañamiento. Si no lo tomas así, que aplican otro precio superior que está escrito antes de la báscula, pero no en el exterior. Tampoco es tan caro el precio de sólo plato de fondo, así que es lo que me serví y lo que pagué.
Después de comer, me decidí a pasear por la playa de Botafogo, que no es nada del otro mundo. Dicen que a la gente no le gusta porque está sucia a causa del puerto. Paseé por toda la ensenada de Botafogo, hasta el final de la paya de Flamengo, teniendo como paisaje de fondo el Pan de Azúcar. Nótese que el Botafogo y el Flamengo son dos equipos de fútbol rivales.
Se veía al fondo el aeropuerto Santos Dumont. Es un aeropuerto pequeñísimo, con una pista tan corta que a los pilotos se exige un mínimo bastante grande de horas de vuelo. Casi todos los vuelos se han llevado al Galeão, pero el puente aéreo con São Paulo se hace ahí, porque está adyacente al centro financiero.
Santos Dumont fue un francobrasileño pionero de la aviación. En la placa conmemorativa que tiene en su plaza epónima, asegura que fue el primer hombre en volar con una máquina autopropulsada más pesada que el aire. Empezó trabajando con globos en París, de ahí se pasó a dirigibles y continuó. Acabó sus días en São Paulo viendo como los hermanos Wright se habían llevado el reconocimiento que él merecía, enfermo y triste al ver como se hacía uso bélico de sus inventos. Se suicidó y fue entonces cuando los brasileños supieron apreciar lo que tenían.
A la vuelta, tenía vista del Corcovado, pero estaba nublado y el Cristo Redentor se veía de tanto en tanto. Como tenía sed, probé el coco gelado, que se vendía a R$2 en los chiringuitos. Tienen una nevera llena de agua fría y cocos, cocos verdes y llenos de líquido. Cuando tú pides un coco, el tío saca uno de la nevera y, con un machete, le pega cuatro tajos. Un tajo en la base, para poderlo apoyar o agarrar mejor. Tres tajos arriba, para abrir un triangulito por donde meter la pajita. Por cierto, que en Hispanoamérica no dicen pajita, porque entienden lo que nosotros pajilla; dicen sorbete o pitillo, según el país.
Entre la última calle y la playa hay una vía expresa, pero estaba cerrada por ser domingo, por lo que la gente la utilizaba para pasear. Cuando se puso el sol, entré al Shopping de Botafogo y estuve husmeando un poco, y compré en el supermercado Lojas Americanas, para no tener que bajar a comprar a Jardim Botânico.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Siges vivo?

Alberto dijo...

Sigo vivo, pero acatarrado.
Próximamente nuevas entregas en el blog.

Anónimo dijo...

Estamos esperándolas.